Desde finales del siglo XX se ha convertido en una necesidad nutricional para todas las mujeres embarazadas. El cambio se produjo en 1991, cuando un estudio médico británico demostró que el ácido fólico (también conocido como folato, un nutriente de la familia de la vitamina B) reducía la incidencia de defectos congénitos en la médula y en el cerebro (también llamados anomalías del tubo neuronal). Dicha reducción se producía en los casos en que el primer bebé de la madre había sufrido estas anomalías (hasta en un 80%). Estudios posteriores han demostrado que incluso las mujeres que nunca han tenido hijos con daños cerebrales o medulares, si consumen suficiente ácido fólico, pueden disminuir hasta en un 50% y 70% el riesgo de espina bífida y anencefalia, una anomalía del cerebro y del cráneo en el bebé.
Hoy en día, se recomienda a todas las mujeres que están pensando en quedarse embarazadas consumir 0.4 miligramo de ácido fólico todos los días antes de la concepción. Se empieza pronto para que haya una buena cantidad de ácido fólico en el sistema cuando se forme el tubo neural. Si la espina bífida, la anencefalia y otras enfermedades similares están presentes en los antecedentes médicos familiares (especialmente si alguna vez has tenido un embarazo con este tipo de problemas) deberías consumir 10 veces la dosis recomendada (en total 4 miligramos) todos los días.
Entre las mejores fuentes naturales de ácido fólico se encuentran las verduras de hoja verde, las legumbres y el hígado. Sin embargo, para asegurarte de que consumes la cantidad adecuada, se recomienda tomar un suplemento. Cualquier buena vitamina prenatal proporciona al menos 0.4 miligramos.
Bibliografía: Embarazo para dummies – Joanne Stone y Keith Eddleman.